El ansia por apurar la vida, me detuvo en un motel de carretera de Cancún, Distrito de Quintana Roo, paraíso de Huracanes.
Recuerdo la primera vez que pisé las frías escaleras de blanco hospital que tantas veces subí y bajé, y que me conducían una y otra vez a la 6ª planta, habitación nº 64. Aquel olor a vacío, mi cabeza no podía dejar de tararear Joaquín Sabina.
En mi retina el reflejo de mi única compañía, la habitación nº 60, siempre me gustó más ese número, aunque él nunca lo supo hasta ahora. Allí vivía, otro soñador, otro loco en busca de su sueño, rodeado de madera bohemia y baldosas de colorines naranja y amarillo. Cómplices de melancolía, de peldaños de soledad y de la sonrisa de Matilde al atravesar la fría verja del motel.
Entre la Bohemia, bebimos de nuestras risas y compartimos anhelos entre paz y desesperación quizás para no olvidarnos de nuestro caprichoso latir.
Fue él quien me enseñó a no correr para no caer, y a encontrar mi paz en aquella ombría habitación lejos de todo, muy cerca de mí.
Hoy, ya lejos de Cancún, lágrimas en mis ojos marcan la tinta de mis sueños, ya estoy preparada para un nuevo camino, aunque añoro la bohemia entre las dos habitaciones del motel. Aquel desconocido soñador resultó ser mi hermano.
sábado, 30 de agosto de 2008
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